Capítulo 17
El frío era tan intenso que el aire parecía a punto de cristalizarse en escarcha.
No fue hasta que el sabor metálico le inundó la boca que se dio cuenta de que había mordido su propio labio inferior.
Por este reencuentro, Ramón había dejado atrás doce meses de amaneceres y atardeceres. Recorrió cada rincón de la ciudad, buscando sin descanso, al punto de abandonar por completo sus estudios. El director, incapaz de seguir viendo al que alguna vez fue su alumno estrella hundirse en la apatía, decidió finalmente revelarle el paradero de Alejandra.
En cuanto obtuvo la información, compró el boleto de avión sin pensarlo dos veces.
Viajó sin pausa, con el cuerpo cubierto de polvo del camino y la garganta seca. No le importaba nada, solo quería verla. Ver a esa persona que lo había perseguido en sueños y desvelos.
Pero al reencontrarse con Alejandra, se topó con una verdad cruel:
Ya no era la misma muchacha dulce y tolerante que alguna vez lo había amado sin medida.
Por más que lo intentara, no había forma de encontrar el más mínimo rastro de afecto en sus ojos negros y fríos.
Era como si fueran la montaña y la luna: podían mirarse desde lejos, pero jamás tocarse.
Ramón hubiera preferido mil veces que ella lo odiara, que lo insultara, que lo golpeara incluso . cualquier cosa, antes que esta indiferencia total que lo convertía en un simple desconocido para ella.
…
Del otro lado, Alejandra tampoco lograba calmarse cuando regresó al laboratorio.
Estaba segura de que ya no sentía nada
que ya no sentía nada por Ramón.
Y aun así, al verlo aparecer de nuevo, al oír su llanto desesperado,
al oír su llanto desesperado, por más dura que quisiera mostrarse, no podía ser completamente insensible, como si su corazón fuera una máquina perfecta sin emociones.
Cuando era niña, después de perder a su mamá, fue Ramón quien la tomó de la mano y la sacó de aquel mundo frío y oscuro.
Él había sido la luz más cálida en su vida.
Y también… la herida más profunda.
¿Decir que lo había superado? Fácil de decir. Muy difícil de verdad.
La pantalla fluorescente del laboratorio brillaba como si fuera de día. En el vaso de
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precipitados, el líquido burbujeaba reflejando la rigidez de los labios de Alejandra.
De repente, uno de los frascos de vidrio explotó en su mano, y las esquirlas salpicaron la vieja cicatriz. Ese muchacho que una vez la sacó de su noche más oscura… ahora parecía estar desgarrando, con una hoja más filosa, la costra que tanto le había costado formar.
Al día siguiente, la guardia de seguridad le informó que Ramón seguía esperando en la entrada. No había comido nada en todo ese tiempo, y por más que intentaran convencerlo, se negaba a irse.
Era como si, mientras no viera a Alejandra, fuera a quedarse ahí hasta morir.
La tercera noche cayó con una tormenta brutal.
El guardia empujó la puerta del dormitorio con urgencia, -Ese muchacho sigue ahí.
–Le ofrecí un paraguas, pero no lo aceptó. Si esto sigue así, se va a morir.
Frente al Instituto de Medicina, el agua acumulada le cubría los tobillos.
La vieja gabardina que llevaba estaba empapada, pesada como plomo sobre su cuerpo delgado.
Después de tantos días sin comer, sin dormir, sin siquiera tomar agua, estaba al borde del colapso, tambaleándose como si fuera a caer de un momento a otro.
Justo cuando su visión se volvía borrosa y sentía que ya no podía más, una sombrilla negra apareció de repente, bloqueando el aguacero.
-Al fin viniste… -susurró con una mezcla de alivio y desesperación.
Cuando sintió el calor de un abrigo rodeándolo, las lágrimas contenidas durante tres días estallaron sin control.
Se desplomó de rodillas junto a las piernas de Alejandra, dejando atrás todo orgullo, toda dignidad, y rompió a llorar bajo la lluvia como un niño perdido, -Ale… por favor, regresa conmigo… sin ti no puedo seguir viviendo. Haré lo que sea, lo que tú me pidas, solo vuelve, por favor…
Ella se agachó con delicadeza, y con la yema de los dedos limpió las lágrimas de su rostro.
Su voz fue tan suave como un suspiro.
-Gracias… por llevarme a casa aquella vez, y por quedarte conmigo esa noche de invierno que parecía interminable.
-Esta es la última vez que nos vemos. No me obligues a terminar odiándote, ¿sí?
-No valgo tanto como para que hagas todo esto por mí.
Ramón la miró, completamente paralizado.
Capitulo 17
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Y entendió que la despedida más dolorosa no era un grito desesperado… Sino cuando ella seca tus lágrimas… mientras en sus ojos ya no queda ninguna intención de volver a verte.