Capítulo 18
-¿De verdad… ya no hay ninguna posibilidad entre nosotros?
Ramón aún no quería rendirse.
Alejandra no respondió. Pero su silencio… ya era una respuesta en sí misma.
No era que no supiera cómo rechazarlo.
Era que no encontraba la forma de decir adiós sin herirlo demasiado.
Ese silencio fue su último acto de ternura hacia él.
-Ya entendí… -dijo Ramón, bajando la cabeza.
Finalmente, la rendición lo abrazó por completo.
Alejandra lo ayudó a incorporarse, y del bolsillo de su bata blanca sacó un cassette.
Ramón lo reconoció al instante. Era el primer regalo que Alejandra le había hecho, una cinta donde había grabado sus canciones favoritas.
Pero él… por ese entonces ya se había enamorado de Pilar, y para cortar de raíz con Alejandra, le devolvió el cassette junto con la grabadora.
Fue, sin duda, la cosa de la que más se arrepintió en su vida.
Años después, buscó esa cinta en la grabadora, pero no la encontró. Había supuesto que Alejandra la había quemado, junto con todos los recuerdos. Jamás imaginó que ella la había conservado todo ese tiempo.
-Debí haberla destruido. -dijo ella con una media sonrisa triste.
-Pero si lo hubiera hecho… ya no habría nada que probara que alguna vez te amé.
Alejandra deslizó el cassette en el bolsillo de su abrigo, -Esta vez, no lo pierdas.
Ramón la abrazó con fuerza, asintiendo sin parar, murmurando entre sollozos, -Gracias… gracias por no haberlo tirado…
Y Alejandra también lo abrazó.
Sabían los dos que sería la última vez.
Bajo la lluvia, esas dos almas empapadas por el pasado finalmente entendieron cómo despedirse en silencio.
Al día siguiente, Ramón subió al avión. Desde su asiento junto a la ventana, miraba el cielo a
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treinta mil pies de altura, mientras sus dedos acariciaban una y otra vez la vieja cinta guardada en su bolsillo.
Ese pequeño objeto se había convertido en su tesoro más valioso.
El sol de la mañana rompió las nubes, colándose por la ventanilla y bañándole el rostro.
Y así, al fin… pudo quedarse dormido en paz.
Cuando regresó, Ramón no le dijo a Braulio dónde estaba Alejandra, ni siquiera cuando este se lo preguntaba una y otra vez, con insistencia.
Pilar, a pesar de haber sido golpeada brutalmente y expulsada de la casa por Braulio, seguía siendo, al menos en papel, su hija adoptiva. Era como una sombra pegajosa, imposible de quitarse de encima.
Un día, acorralada por las deudas del juego y sin salida, Pilar se coló por la ventana de la casa de los Gómez, con la intención de robar el título de propiedad para venderlo. Pero no alcanzó ni a salir por la puerta cuando Braulio la sorprendió.
En medio del forcejeo, Pilar lo empujó sin querer. Braulio cayó hacia atrás, y su cabeza se
estrelló con fuerza contra la esquina de la mesa. Ya no volvió a levantarse.
Pilar, al darse cuenta de que Braulio ya no respiraba, entró en pánico. Robó uno de los carros de la familia y quiso huir durante la noche, pero, en su estado de nervios, terminó conduciendo directo al río. El carro estuvo sumergido dos días antes de que un pescador lo encontrara.
Mauricio, al ver a su padre muerto y no tener ni una pista de Pilar, perdió por completo la cordura. Se lanzó frente a un camión a toda velocidad. Se quitó la vida sin dejar nota ni despedida.
Tres años después.
El nuevo medicamento del laboratorio por fin fue un éxito.
Era un tratamiento revolucionario para el Alzheimer, con efectos tan prometedores que sacudió por completo a la comunidad médica internacional.
Alejandra no asistió a la rueda de prensa del lanzamiento.
Ahora se había convertido en la académica más joven del Instituto de Medicina, lideraba su propio equipo y había recibido un premio nacional de gran prestigio.
Ese mismo día, celebró su boda al aire libre con Jorge, el hombre que la había acompañado durante años.
Entre pétalos flotando en el aire y los aplausos de familiares y amigos, se abrazaron y se besaron, sellando un amor que había resistido el paso del tiempo.
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No muy lejos del altar, una figura solitaria la observaba en silencio. La miró largamente, como si con los ojos quisiera detener el tiempo… y luego, en silencio, se dio la vuelta y desapareció.
Dos años después, Alejandra dio a luz a un par de gemelos: un niño y una niña.
En la celebración de los cien días de los bebés, alguien envió un obsequio.
Era un par de amuletos de oro macizo con grabado de longevidad y dos pulseras de jade verde, transparentes como el agua.
-¿El presidente del Grupo Luna sobre la Montaña? -preguntó alguien, sorprendido.
Jorge miró la tarjeta de presentación y no pudo ocultar su sorpresa.
-Grupo Luna sobre la Montaña es una estrella emergente en el mundo empresarial, ¿no? Escuché que su presidente es un hombre joven, y que en apenas unos años logró construir su propia marca desde cero.
—¿Desde cuándo conocemos a alguien de ese nivel?
Alejandra, recostada dulcemente en el pecho de su esposo, respondió con una sonrisa tranquila a quien entregó el regalo, -Dile que le agradezco mucho.
Ahora, Alejandra era verdaderamente feliz.
Y en lo profundo de su corazón… esperaba que aquel muchacho, en algún rincón del mundo,
también lo fuera.