Capítulo 12
El atardecer teñía el cielo como sangre cuando Ramón regresó a la casa de los Gómez, pisando los últimos rayos del sol como si fueran cenizas calientes.
¡Pah!
El papel del análisis clínico, con ese olor frío a desinfectante, voló directo al rostro de Pilar, golpeándola con tal fuerza que el filo le dejó una línea roja en la mejilla pálida.
La muchacha, encogida en el sofá de cuero, tembló de golpe como una cría de venado asustada.
-Los niveles de serotonina están normales, la actividad de los receptores de dopamina también. No hay ni un solo parámetro alterado. -la voz de Ramón era puro hielo afilado.
-Pilar Gutiérrez, tú no tienes depresión. ¿Por qué nos mentiste?
El aire se volvió denso. Nadie se atrevía a respirar.
Mauricio se adelantó, hizo una bola con el papel y la lanzó al basurero, ¿Y tú quién te crees para husmear en la privacidad de Pili? ¡Las enfermedades mentales no se detectan con un análisis de sangre!
-¿Y esto? -Ramón le lanzó un segundo documento, con un sello médico falso, -El hospital psiquiátrico ni siquiera tiene un director llamado Guzmán. Y no hay ningún historial clínico tuyo. Revisé las cámaras del sector sur esa noche… Estabas en una zona de bares. Desde el principio no estabas enferma. De hecho, estás más sana que cualquiera de nosotros.
Pilar se cubrió las sienes con las manos. Sus pestañas largas, empapadas de lágrimas, temblaban, -Yo… no podía dormir… ese día solo quería comprar melatonina…
¿Ya acabaste tu show?
Ramón ya no contenía su rabia. Le ardía en los ojos como brasas.
¿No querías matarte? Pues toma, aquí tienes con qué.
Sacó una navaja militar y la lanzó sobre la mesa de centro con un estruendo metálico.
-Hecha en Suiza. ¿Filo suficiente?
-Vamos, hazlo. Yo aquí me quedo a ver tu actuación.
-Y tranquila, si al final no te animas, yo mismo llamo a emergencias.
El rostro de Pilar se congeló al instante. La presión de Ramón era tan brutal que apenas podía respirar.
-¡Ya basta! -rugió Braulio, su grito sacudiendo las gotas del candelabro como un sismo.
2/2
Corrió a cubrir a Pilar con su cuerpo, sus ojos vidriosos inyectados de sangre.
-Desde
que Ale desapareció, andás como un perro rabioso, mordiéndole a cualquiera. – bramó Braulio, -Primero arruinaste la fiesta de graduación de Pili, y ahora vienes con todo este delirio… ¡El enfermo acá sos vos!
-¡Fuera! ¡Lárgate ya!
-¡Y no vuelvas a molestar a mi hija!
C
Mauricio también se levantó del sofá, rojo de ira, -Moncho, hasta yo empiezo a pensar que estás paranoico. No puedes venir a desquitarte con Pili solo porque no encuentras a Alejandra. ¡ Ella está enferma! Y esto no tiene nada que ver con ella.
Ramón los miró con incredulidad. Había traído pruebas, hechos, incluso grabaciones… y aun así, nadie le creía.
Ahí fue cuando, por fin, entendió el infierno que Alejandra había vivido en esa casa. Todo ese tiempo… nadie la escuchó.
-Ustedes no tienen remedio. -soltó entre dientes, con la voz cargada de desprecio.
Y, lleno de rabia, se dio media vuelta para marcharse.
Fue entonces cuando escuchó a Mauricio murmurar, -Papá, esa mujer ya se fue, pero… ¿y el certificado de la patente que iba a transferirle a Pili? ¿No nos lo había prometido? Sin ese documento, la inscripción de Pili puede complicarse, ¿no?
-¿No lo entregó? Yo juraría que dejó un estuche en su escritorio.
-Lo abrí. Solo había una grabadora. Nada más.
-¿Una grabadora? ¿Para qué dejaría eso?
Era solo una charla al paso entre padre e hijo, sin darle mayor importancia.
Pero en ese momento, Pilar, que seguía en el sofá, palideció de repente, como si le hubieran arrancado el alma.
Ese gesto no pasó desapercibido para Ramón. La tensión en su rostro, el miedo…
‘¿Será que en esa grabadora hay algo que la incrimina?‘, pensó. Y entonces, todo comenzó a
tener sentido.