Capítulo 11
Las personas que realmente quieren irse no lo anuncian. Solo se envuelven en una chaqueta
una mañana cualquiera, empujan la puerta y se van. Sin mirar atrás.
Como una hoja seca llevada por el viento.
Sin despedidas. Incluso decir “adiós” sería un desperdicio de palabras.
Ramón se cubrió la cara con ambas manos y rompió en llanto.
Él lo sabía. Desde siempre lo había presentido.
Desde el momento en que vio a Alejandra quemar todas sus fotos juntos.
Ese día, aunque ella estaba sentada en el patio como siempre, sus ojos… sus ojos ya no tenían
luz. Solo un vacío inmenso.
‘Si tan solo hubiera hablado con ella ese día…‘ pensó. ‘Tal vez las cosas no habrían llegado hasta aquí.‘
Pero no. La verdad era otra. Tal vez desde el instante en que él, junto a los Gómez, le puso presión a Alejandra para que entregara su patente… en ese momento, su corazón ya estaba roto.
Eso no pasa de la noche a la mañana. Es un apagarse lento, tras muchas decepciones.
-No… no. Tengo que traerla de vuelta. -murmuró Ramón.
Se levantó de golpe, tambaleando. Su reflejo en el vidrio era una sombra descompuesta. Tenía la piel arañada por las ramas del durazno, pero ni siquiera lo notaba.
Cuando regresó a la sala, se topó de frente con la familia Gómez que acababa de llegar.
Al enterarse de que Alejandra se había ido, Braulio soltó una risa fría, -¿Se fugó de casa? Ya aprendió a hacerse la mártir, ¿eh? No importa, déjenla. Cuando tenga tanta hambre que parezca un perro callejero, ya volverá por las sobras.
-Debió largarse hace mucho. -añadió Mauricio con una palmada, -Por su culpa la enfermedad de Pili empeoró tanto.
Pilar dio un paso al frente, -Moncho, yo te acompaño a buscarla.
Pero apenas rozó los dedos de Ramón, su mirada helada la detuvo por completo.
No dijo ni una sola palabra. Solo se marchó.
Mientras el motor del carro rugía, en el retrovisor la mansión de los Gómez se deformaba
como un monstruo horrendo, sacando una lengua roja que se burlaba de su huida desesperada.
2/3
En el aeropuerto, las pantallas electrónicas no paraban de parpadear. Tanto que le ardían los ojos.
Él miraba una por una las caras de todos los que pasaban por ahí, mientras contaba los vuelos en las pantallas como si fuera un robot. Cada pantalla parecía proyectar recuerdos de lo que alguna vez fueron los momentos más hermosos de su vida con ella.
Hasta que, de pronto, un guardia de seguridad lo detuvo. Solo entonces reaccionó. Estaba de pie en medio de la sala de embarque, gritando el nombre de Alejandra a todo pulmón, con una voz rasposa, como un cuchillo oxidado arañando el vidrio.
Desesperado y sin rumbo, fue entonces a buscarla por todos los lugares donde ella podría haber ido.
Deseaba con todo su ser que, en alguna esquina, en algún cruce de calle, pudiera verla… aunque fuera de espaldas.
Y si eso pasaba, lo tenía claro: iba a correr hacia ella, abrazarla sin soltarla, pedirle perdón… Decirle que, de ahora en adelante, iba a estar de su lado. Siempre.
El cielo se fue tiñendo de gris. Sin tener a dónde ir, acabó acurrucado junto a la reja oxidada del viejo observatorio a las afueras de la ciudad.
Ese lugar… era donde ella, cuando eran niños, lo llevó por primera vez a ver una lluvia de meteoritos.
Ahora solo quedaban los cuervos, picoteando las migas de sus recuerdos.
Pura desolación. Ni rastro de ella.
Su celular vibraba con tanta fuerza en el bolsillo que parecía estar ardiendo. La voz de Braulio llegó como una cuerda empapada en aceite, -Ramo, desde que te fuiste, Pili volvió a tener un ataque. Hace un rato intentó cortarse las venas. Por poco no lo logramos evitar. Vuelve, por favor…
-¿Que quiere morirse tanto? Pues que se muera.
Gruñó Ramón con rabia, antes de estrellar el celular contra la reja. La batería voló en pedazos y un grupo de cuervos salió espantado.
Al colgar, se cubrió el rostro con ambas manos y se echó a llorar sin consuelo.
El viento helado se colaba por su cuello, cortándole la piel.
Y entonces, en ese silencio tembloroso, le pareció escuchar la voz suave de Alejandra cuando tenían dieciséis años: -¿Sabías que…? Cuando Betelgeuse explota, su luz tarda 642 años en llegar a la Tierra.
Y entre tú y yo… había más distancia que entre nosotros y Betelgeuse.-